febrero 16, 2021

Navidad tan cerca de las adicciones, tan lejos de los abrazos

“Cuando amamos cuidamos y cuando cuidamos amamos. El cuidado constituye la categoría central del nuevo paradigma de civilización que trata de emerger en todo el mundo. El cuidado asume la doble función de prevención de daños futuros y regeneración de daños pasados.” (L. Boff).

Es un poco difícil mantener la esperanza en tiempos de pandemia. Las luces de Navidad comienzan a brillar por toda la ciudad, los niños en bicicleta me dan esperanza de que todo es normal, que los niños han vuelto a las calles a invadir con su vida.

Sin embargo, las noticias me apabullan, me recuerdan que esos niños aparecen en maletas descuartizados, que otros tantos son captados por el narcotráfico y que muchos de ellos comienzan a consumir a partir de los diez años.

Siempre nos parecía imposible, a mí y a mis colegas, que hubiera personas tratando de venderles drogas a los niños, pero era real. Pensar mal y acertar, se ve como algo que no deberíamos hacer, pero cada vez es más factible. Si muchos de nosotros como padres, amigos, profesores, vecinos aplicaramos esa regla quizá podríamos actuar como lo hacen los narcotraficantes: rápido.

Los vendedores de droga reptan por todos lados, se meten en todos los círculos porque abusan de toda la confianza, porque se puede.

Poner candados a amigos de nuestros hijos, a familiares que parecen extraños, puede parecer paranoico y poco afable, pero qué es peor, ¿comprobar que ese amiguito que viene tanto le enseñó a fumar? o ¿que ese vecino le vende drogas a todo el mundo? Ninguna de esas ideas es tan alocada como parece. Cuando empecé a fumar lo hice en casa de mis vecinos, porque su mamá nunca estaba.

Hay muchas rendijas por donde pueden entrar las adicciones, la confianza excesiva, los límites muy livianos y las ganas de no cuidar a nadie.

Ahora mismo, muchos de nosotros como adultos agradecemos a cada tableta del mundo unas horas de tranquilidad, porque se pierden en un mundo en línea, donde hablan con extraños en juegos donde cambian su nombre y vestimenta, juegos que parecen simples, que parecen no representar problema, pero adivinen qué, son otra forma de influir en nuestros pequeños, quizá una inocente muñequita virtual se acerque a nuestras hijas y las invite a aceptarlos en otras redes o a platicar con ellas o a buscar más cosas que probar.

Dicen que el ocio es la madre de todos los vicios y lo que sobra en este momento es el ocio, a raudales. No hay otra cosa que hacer, mirar, jugar, acostarse, ver la tele. Los adultos estamos encajonados entre una silla y una oficina improvisada, tratando de salvar el mundo a través de una pantalla.

El ocio que antes nos llevaba a explorar, a descubrir puede convertirse en nuestro peor enemigo en este momento. ¿Qué podemos hacer? El esfuerzo sobrehumano de volver al origen del cuidado. Hace poco vi de nuevo una conferencia de Bernardo Toro sobre “La ética del cuidado”, el proyecto era escolar, pero me hizo reflexionar sobre todo lo que está pasando.

La ética que él propone es cuidarnos unos a otros, pero sobre todo a nosotros mismos para poder salvarnos no sólo de terminar con el medio ambiente, sino con la especie. Esta ética también aplica también en las adicciones, tenemos que cuidar a esos otros que se nos escapan de las manos, no hay un tiempo pasado mejor, todas las generaciones han estado expuestas a adicciones, sólo que se escondían mejor, ahora estamos más a la vista y como tal, no nos da tiempo de reaccionar, pero si cuidamos a lo que más amamos con toda la fuerza que puede darnos el hecho de saber que están en peligro, entonces, quizá entonces, hagamos un mejor trabajo que nuestros antecesores. Nos toca ser padres, amigos, hermanos, vecinos.

Cuidémonos, antes de que sea tarde para las personas que más queremos y que pueden engancharse con facilidad en estos malos tiempos.


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“La vida es sagrada porque el cuerpo es sagrado”. Bernardo Toro